Este falso relato es una mezcla entre la historia original de Osvaldo Soriano en su libro “El hijo de Butch Cassidy” y la obra audiovisual de Lorenzo Garzella y Filippo Macelloni apodada “El mundial olvidado”.
En 1942, en pleno auge de la Segunda Guerra Mundial, el fútbol se encontraba en su mayoría paralizado. Lamentablemente, las Copas del Mundo iban a ser las mayores afectadas (de 1938 a 1950 no se pudo realizar esta competición). Pero a escondidas de los ojos de la FIFA y de la prensa internacional, se estaba llevando a cabo una cita mundialista en esta parte del mundo. ¿Su protagonista? La Patagonia Argentina.
Adolf Hitler estaba buscando la forma de seguir expandiendo su poder, tratando de conectar Alemania con otras partes del mundo. En su afán de expandirse, trasladó a un grupo de germanos a la Patagonia para instalar una línea telefónica estratégica, un proyecto de telecomunicaciones. Pero en su tiempo libre, ese grupo se distraía con un aparato muy básico: Un balón de fútbol. Y era tanta la emoción que entre ellos generaban, que atrajeron la atención de muchos habitantes de la zona.
Pero entre toda esa masa de personas, había un nombre europeo bastante excéntrico que habitaba la Patagonia: Vladimir Otz. Un personaje que tenía una idea clara en su cabeza: realizar un torneo de fútbol. Lo pensó y lo plasmó. Lo que empezó como una distracción fue tomando forma de campeonato, donde cada comunidad presentaría su equipo.
Doce grupos de trabajadores, residentes y gente que literalmente estaba en ese momento serían los participantes. Entre los más destacados se encontraban: Un grupo de argentinos residentes de la zona a modo de anfitriones, un grupo de Italianos emigrantes y antifascistas, un grupo de obreros ingleses, un grupo de trabajadores alemanes partidarios de los nazis, los guaraníes pertenecientes a la zona norte, los mapuches que eran parte de la zona sur, entre otros.
Tras reunir finalmente a los participantes, se le daría inicio a un certamen que tendría absolutamente de todo.
El ambiente del torneo era extraordinario. Una mezcla de fiesta popular y tensión extrema. Los partidos se jugaban en campos improvisados de la estepa, donde los arcos se rompían con el viento y los árbitros debían controlar a los jugadores con revólveres en mano.
Los encuentros podían durar “un día y una noche” hasta que se marcara un gol y cada situación parecía salido de un cuento: Un arquero sin guantes atajaba tiros imposibles, la pelota era arrastrada por el viento a kilómetros de distancia y algunos jugadores desaparecían en el horizonte para reaparecer cuando el juego ya había cambiado. Entre lo insólito y lo espectacular, cada partido se convertía en un evento memorable.
El torneo iba avanzando hasta llegar a la parte final. En semifinales, mapuches e ingleses buscaban su clasificación y, por la otra llave, estaban los alemanes y los italianos. Los mapuches y los alemanes vencieron a sus rivales para enfrentarse en un duelo final que roza lo poetico: Una Alemania nazi contra un pueblo originario.
Al empezar la tan ansiada final, era tanta la seguridad que los alemanes plasmaban que llamaron al mismo Führer para comunicarle la obtención del título, sin siquiera comenzar el partido. Pero una vez que se dió inicio al duelo final, el desarrollo del encuentro no sería distinto al de todo el torneo.
Miles de espectadores rodearon la cancha improvisada y el clima se mantuvo tan impredecible como el juego: ráfagas de viento, sol abrasador y luego la luz de la luna acompañando al partido, ya que el duelo duraría una eternidad. Cada jugada exigía resistencia y destreza, donde cada gol era celebrado como un acto heroico, hasta que iban llegando los minutos finales. Pero de un momento a otro, una lluvia de granizos dejaría al partido absolutamente injugable, con los propios jugadores sumergidos en la cancha.
Una vez que el tedioso clima mejoró y la lluvia se acabó, la pelota cayó del cielo cerca del área rival del conjunto alemán a pies de un delantero mapuche. Y como en una película de Hollywood, el atacante aprovechó su último disparo para batir al portero germano. Sí, los mapuches ganaron el duelo final ante los nazis y se coronaron como los nuevos campeones del mundo. Sin medallas ni trofeos, celebrando la victoria alrededor de fogones con cantos y bailes.
De esta manera, se le dió fin al torneo más increíble jamás creado. Pero por desgracia, un aluvión destruiría el estadio y las películas que registraban tal hazaña. Con las pruebas arrasadas, sólo quedaron relatos orales, fragmentos de memoria y la persistencia de quienes estuvieron presentes en aquel mundial. Transformándolo en un mito.
Décadas más tarde hubo una excavación paleontológica en la Patagonia, donde se hallaron los restos de Guillermo Sandrini. Un camarógrafo argentino de origen italiano que fue contratado por Vladimir Otz para documentar el torneo más increíble de la historia.
Con las filmaciones finalmente encontradas, se logró descubrir en tiempos modernos cómo se desarrolló ese legendario Mundial. Ahora sí, para plasmarlo en la memoria de la gente.
Ese falso documental sería “El mundial olvidado”, dirigido por Lorenzo Garzella y Filippo Macelloni, quienes contaron con diversas fuentes del mundo del fútbol (como Jorge Valdano, Roberto Baggio, etc) para fidelizar esta historia. Una historia basada en el relato ficticio de Osvaldo Soriano sobre “El hijo de Butch Cassidy”, quien fue el árbitro de ese mundial.
¿Verdad o Mito? Cualquiera que sea el resultado, esta historia deja uno de los relatos más increíbles que el mundo del fútbol haya tenido. Y es que casi 85 años después, todavía quedan algunos fieles creyentes que asimilan esta historia como algo que realmente ocurrió.
Lo que sí es verdad, es que el fútbol, nunca dejará de sorprendernos.
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